Cuando nació esta
mujer todavía existía el Imperio Otomano. La red eléctrica era solo el sueño de
algún loco. Nadie había pronunciado la palabra "avión" o la palabra
"vitaminas". Esta mujer ha pasado por las dictaduras más atroces, las
guerras más devastadoras de la historia, genocidios, exterminios, el terrorismo
como rutina, y toda aquella forma de crueldad capaz de aplastar la confianza en
el ser humano. Cumplir 116 años es una proeza cuando tu mundo se empeña en
alejarte de la vida y en tapiar las ventanas por donde asoma algo de luz. Pero
no es ese el motivo de mi modesto homenaje. Aplaudo a Zafir porque después de
todo eso, todavía tiene ganas de vivir como para iniciar una nueva vida. Dejar
atrás 116 años, desafiar al hambre, al frío y a las mafias durante cientos de kilómetros,
y pasar 4 meses de campo a campo de refugiados sin tirar la toalla, envuelta en
una maraña de trámites y burocracia en la que nunca se ve el final. Ahora, por
fin, tiene colchón y techo en Grecia, quizás el primer hotel de su vida. Pronto
llegará a Alemania donde a buen seguro -y como paradoja propia del mejor final-
morirá rodeada de avances tecnológicos y
atenciones porque una vez allí, se apagará la ilusión de llegar, de
conseguirlo, de vencer… en definitiva, todo aquello que la empujaba al
siguiente paso. Zafir morirá cuando se sonría a sí misma. Y morirá sin dejarnos
su legado, su historia, sin sus conferencias, su biografía no autorizada, su fundación,
sus entrevistas en prime time, su Príncipe de Asturias, su trilogía marketiniana
disfrazada de sueños, lucha, valores …Pero a Zafir no le hace falta nada de eso. No
necesita nada porque ya ha demostrado mucha más dignidad que cualquier
dirigente que dice luchar por las libertades mientras ordena o permite que se
cierren fronteras. Solo necesitaba que alguien dijera a los demás que
existe. Ahora, miles y miles de personas sentirán el mismo impulso que yo para mantener viva su voz. Gracias por tu
ejemplo Zafir.
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