Te aviso. Me lanzo al teclado sin saber qué contar pero con
muchas ganas de contarlo.
Efectivamente, después de tomarme un respiro bloguero de
casi 2 años (aunque te recuerdo que todos los días escribo guiones, cuñas, folletos
e interneces varias sobre coches, seguros, bancos y bla bla bla), ahora luzco
jeta hasta decir “no sé qué contar”, como si todos los días contara algo, o
contara para alguien.
Si fuera yo pasaría de mí, pero como eres tú, intentaré
colarme por ese resquicio de generosidad para seguir de tecleo. Por otro lado,
sin esta jeta no habría escrito ni un solo post (unos 200 desde mi primer
blog). Y el médico me ha dicho que lo saque.
La actualidad me aburre. Está pasada de moda. Ya sabemos que
todo puede suceder y una vez que lo sabemos, sea lo que sea aquello que pasa,
pierde relevancia, no sorprende. De hecho, aunque todo puede pasar, lo que pasa
cada vez es más previsible. Disculpa el trabalenguas y la filosofía de bar.
¿Entonces? Voy a escribir sobre una amiga (hola Armi) que me
ha pedido que escriba. Sin más. Y sobre todo, voy a escribir sobre lo que eso
significa.
Tú no eres normal. Quién seas. Hay algo que haces muy bien.
Cazar protones, recitar recetas, dejar sin palabras,
hablar en digitalital… Da igual. Eso que haces bien, en mayor o menor medida,
te hace disfrutar. A ti y a los demás. Por cierto, ¿lo haces bien porque te lo
piden, o te lo piden porque lo haces bien? Lo importante es que lo sigas
haciendo. Ni friki ni ostias. Eres excepcional. Pero más importante aún es QUE
TE LO PIDAN DE VERDAD, de corazón. Seamos sinceros: ese reconocimiento
reconforta, es un chute de autoestima que motiva para ser mejor en “eso”, y en
lo que pida el día a día. Te reconcilia contigo, con tu personalidad, te ayuda
a sentirte valorad@ (lo que a su vez te permite ser más humilde, que suele
sentar bien), te da fuerzas para atreverte, para ir más allá, alimenta el alma,
inspira… (como siga voy a tocar el cielo, y luego hay que bajar).
Al pedir a una persona que se ejercite en aquello que
disfruta y destaca, estás practicando un acto de generosidad extraordinario.
Primero, porque reconocer las cualidades del prójimo cuesta cada vez más.
Hacerlo es ser humano. Pero fundamentalmente, porque desempeñas una función
esencial para la actitud y salud mental de cualquiera con sangre en las venas
(eso de la autoestima que antes se me fue de las manos). De hecho, cuando pides
algo así, también te sientes mejor.
En definitiva, que alguien te diga “escribe un libro” o
“tienes que escribir más”, mola. Mola tanto como para retomar un blog dormido
desde hace casi 2 años.
Gracias Armi.